UN LUGAR INADECUADO PARA SOÑAR
Excepto la de Oviedo, todas sus estaciones eran uniformes, sin encanto. Sus salas de espera no eran espacios para soñar. Sólo a sus horas se convierten en mundo de personas, en escuchar activo, donde la vida habla.
Por lo que mi adelanto aquella mañana encontró en la sala de espera el lugar más inadecuado para el sueño. Mejor estaría aún en la cama. Decidí ponerme a dormitar sobre el banco de madera.
Por ver las cosas como las veía, las esperaba como las soñaba. Pero, en realidad, aquel verano había sido muy animado. El sol prometía brillar como cuando lucía para las mejores fiestas.
En el camino que va desde el cementerio a la carretera general, torcimos la última curva tras la estación del ferrocarril. Desde la última vez que había pasado por allí, pocas cosas habían cambiado. Todo seguía igual. Más al llegar a la curva, me quedé pensando que exactamente era donde había advertido que papá había cogido el Alsa y no el tren. ¿Por qué aquella vuelta a casa con las lágrimas de un fraudulento abandono? Pero escuchando una voz que, inesperadamente, se había puesto a cantar en algún lugar no lejano:
"El sol, si le llamas, vendrá... se detendrá en mi voz hasta la eternidad... ¿Por qué la canción no ha de ser verdad? ¿Por qué?".
Tan pronto como llegáramos a la carretera, el mundo se abriría de izquierda a derecha para poder mirar al azul del cielo o a la espléndida vega que dejábamos atrás. Desde lo alto lo veríamos todo con mayor claridad.
- ¡Un momento! ¿Querías decirme algo?
- ¡Ah, naturalmente!
- Eres capaz de muchas cosas, hijo, pero piensa que me siento totalmente agotada.
- ¿Y qué hacemos ahora? ¿Oyes el tren que llega?
- Ese tren, hijo, viene de vuelta.
Siempre con mucha fuerza, con mucho espíritu, pero ahora le fallaba todo. Y, cuando nos dispusimos a continuar, su cuerpo efectuaba un brusco giro, como si quisiera venir a buscar todo su apoyo en el mío. Aquel extraño comportamiento me sorprendió, pues era signo de una confianza largamente esperada y que ahora venía a reducir a nada la pesadilla más infeliz. Dándome cuenta que sus respuestas eran espejo donde mis preguntas se miraban. Con la suficiente intensidad como para su inesperada aprobación. Y aunque avanzáramos con la sensación de no adelantar un solo paso.
- ¿No es verdad que has cambiado mucho?
- Pues claro que sí, hijo.
Súbitamente todo otro mundo había desaparecido. Cuando el camino se iba estrechando cada vez más, mis fuerzas se iban iluminando. Pero el cuerpo de mamá, ya sin energías, se resistía a ser controlado. No fue entonces un suspiro, fue un gigantesco suspiro de alivio lo que me pareció que había surgido de sus entrañas. Todo volvía como a comenzar de nuevo.
- ¡Pues claro que llegaremos!
Y ya no necesitaba alargar mi cara hasta la suya. Mamá, por otra parte, se sentía tan agotada, que era preciso posponer para más arriba el disfrute de aquella armonía que ahora me infundía. Todo llega en esta vida. Cuanto mayor fuera el silencio, el callar y el dejar hablar, más grande sería la resurrección de la palabra esperada.
- Mírame: ¡también yo estoy que casi no puedo más! Y, sin embargo, no creo lo que ven mis ojos... Verdaderamente ya estamos casi arriba. Piensa que me siento feliz, aunque no hayas querido esperar el tren.
También mamá había cantado en otro tiempo aquella canción: "Dame tu mano y ven a salvarme de mi sufrir, del extraño aquel edén en el que me perdí"...
Pero, justo al final del camino, apareció un enorme socavón. Su visión me dejó pasmado. Era lo bastante grande como para que cupieran todos los cuarenta vecinos del pueblo. Y, en aquel instante, el sol de un cielo azul iluminó la fosa en la que mamá llevaba varios años muerta.
No supe entonces qué hacer. Tampoco recuerdo si caí también en la fosa, o si salí corriendo. Pero me desperté llorando.
Gracias a Dios, pronto llegó el tren rescatándome de lo oculto. Bastante alivio tenía con encontrarme en él.
Todo sueño tiene su sentido. El sentir sin sentido sería una desintegración. Aunque el sentir y el sentido siempre los conjuguemos tan mal. Sin embargo, el sueño de los necesitados es loa a la omnipotencia de Dios en el corazón humano.
INSTANTÁNEAS
A Tolín lo licenciaron en el 57 y llegó a pueblo cantando isas. En canarias había conocido a Olga, una joven, al parecer, rica cuyos caballos también había atendido durante los permisos. Pasaban los meses y Tolín mantenía aquel nuevo deje adquirido en las islas; y en el pueblo, donde se desconocía por completo la cuestión de las lenguas extrañas, comenzaron a llamarle "el Americano".
Su tía nunca se había impuesto el propósito de hacerle un gran caballero. Sabía muy bien que su sobrino siempre soñaría con tierras extrañas.
- ¿Quieres que te cante una isa?
- ¿Y no sabrías hacer otra cosa?
- A mí es lo que se me ocurre hacer ahora.
- Te entiendo.
En pocos meses terminó casándose con Teresa, no muy hermosa, ni con quien tenía muchas cosas en común. Pero Tolín se sintió capaz de liberarla de aquella esclavitud al recuerdo del pasado bien holgado de su familia. Los buenos tiempos nunca vuelven.
Y no advirtió que a la mínima distracción las corazonadas pueden resultar despiadadas. Para su suegra fue un meter las narices en lo que no le incumbía cuando empezó a compadecerse de su solterona cuñada. Lo mandó a dormir al viejo caserón.
Ya la primera noche le vino encima el color apagado de aquellas paredes. Al ver los extraños pájaros del cuadro, sintió toda la hostilidad de la soledad. Buscó nombre para cada uno de los pájaros; y en aquella búsqueda se detuvo. Corrió a sacar la botella de coñac escondida en el baúl. Ante el espejo bebió como si volviera a Canarias. Y murió como fue, sin enterarse.
Necesitaban sin duda llegar a tiempo a la Flor de Grado. Una fiesta es un paréntesis necesario en el juego de la vida, y sobre todo cuando la vida se vuelve un juego tan trágico. No había más remedio que soportar la extraña conversación de aquella singular pareja.
- Hasta ese desconocido me daría la razón. ¡Vaya desgracia la mía! ¡Cargar contigo toda mi vida!
- Muy bien. Dile lo que quieras- añadió el marido.
- ¿Quién diría que eres algo todavía? Sí, y ¡aún te ríes! No, y te tengo que decir que esto se acabó.
- Sí, lo sé. Me lo vienes diciendo todos los días del año.
El marido se levantó e intentó marcharse. Pero al instante se volvió a sentar a su lado.
- Sé que tienes toda la razón. Pero no me lo digas de esta manera.- Muy bien. Maravilloso ¿no? Yo no puedo ser mala y tú no puedes ser bueno.- Haz lo que quieras, le dijo fríamente.- ¡Eres un monstruo!- Sigue, sigue... Puedes decir lo que quieras.- No, no y no.- ¿Sí? ¡Cómo si tú fueras una santa!- Lo estaba esperando. Desde ahora mismo se acabó lo que se daba. No faltaba más, hombre.- ¿Por qué?- Porque la que se va a marchar soy yo.- Qué quieres que te diga; que te vaya bien.- Eso no lo puedes decir tú.- Ya era hora de oírte eso. ¿O es que tus hijos saben quién fuiste tú?No sé si llegaron juntos a la Segunda Flor de Grado. Hay quienes, no hallando nada digno de alegría en la pareja, se dedican a buscarla en una fiesta lejana. Pero temo que nadie encuentre en algún lugar lo que ya no tiene.
Hacía dos años que Florín había quedado viudo. Ya no recordaba tampoco los años transcurridos por Pravia perdido en el limbo de los bailes y los gestos bravos. Y los últimos años le había tocado contabilizar otros silencios y otras sorpresas. Aunque no estaba seguro de que su desdicha había empezado aquella noche del Xiringüelo, donde se había encontrado con la mujer que sería su esposa, una de esas mujeres a quien nadie podría entender jamás en otro lugar que no fuera una verbena.
Sabía que el que se mira, aunque se equivoque, se adentra en sí mismo. Su esposa había muerto sin dejarte un mensaje, sólo con una última imprudencia. Había muerto sin saber si su vida había sido un sueño o si ella misma era la que soñaba. Indudablemente, debió decirle a la chiquilla una cuantas tonterías de antaño... Siempre le había resultado imposible ponerla a razonar. Siempre había sido tan contradictoria. ¿Para qué le serviría el desconcierto de su hija estupefacta, si ya había logrado la derrota de su marido?
Florín iba ahora hasta Pravia a ver si encontraba a su hija desaparecida. Esperaba encontrarla en aquel salón donde, mientras los niños ya dormían, la Bella Doly hacía suspirar a su madre en los brazos de su canción preferida: "¡Oh carbonero, qué negro estás!".
Hay prisiones matrimoniales que ni demasiado tarde se percatan de su situación. Florín estaba seguro de que su chiquilla había cogido el tren. Sólo la tristeza desinteresada de este tren es capaz de descubrir la intuición más acertada. Cuando la soledad es tan grande, necesitas compartirla para olvidarla.
Me hubiera gustado haber hablado más con los curas que siempre viajaban en tercera. Aún puedo decir sus nombres: Antonio, Cipriano, Bernardo, Benjamín, Manuel, Víctor, Demetrio... Nombres tan inseparables de sus parroquias. Dueños apacibles que vivían lejos del desafío de la racionalidad, pero que ninguno tuvo el furor ansioso de mejorar el mundo a costa de su gente. Sus parroquias no eran ninguna sucursal que administrara religión. Sobre ellos he oído de todo. Pero, cuando me enteré de su soledad, me he molestado. Y hasta llegué a hablar de la bajeza de ciertos cristianos. Con razón, pensaba yo, alguien había dicho que se sentía más cerca de un ateo profundo que de un creyente superficial.
- No hay derecho a que le dejen enfermar y morir en este abandono- le dijo el médico del pueblo, con tanta fama de ateo como de humanista.
- Tal vez esté recibiendo lo que me merezco- le respondió el sacerdote casi agonizante.
- ¿De quién? A mi bien me echan en cara sus fieles lo bien que usted lo ha hecho. Si los curas dejasen de buscar a Dios donde ya no existe para encontrar otros sitios donde quizá esté vivo, alguno estaría ahora aquí acompañándole.
No leían ningún periódico, y tampoco escuchaban la radio. Esto les permitía escuchar las voces de los que no tenían voz, el pulso de la vida. El mayor logro de la religión en estos pueblos ha sido lograr que los hombres y mujeres se sintieran a gusto en su parroquia. Estos curas no tenían una piedad de funcionarios. Y, en tiempos de la posguerra, no basaron su tolerancia en ningún reconocimiento, sino en la confianza. Por otra parte, nunca me gustaron las personas que dirigen palabras hiperbólicas. ¿A quién las dirigen?
SAN ESTEBAN
El río, bruñido y crepuscular espejo, se vuelve aún más hermoso cuando ensancha su sonrisa al percibir la voz susurrante del mar que viene a confirmar la proximidad de su destino final. Sigue absorbido en la contemplación, sin recurrir a cierta resignación, sin intranquilidad alguna. Como queriendo dejar todo lo que va quedando atrás tranquilo, para que ninguna de las sensaciones tenidas se vuelvan heridas que humillen la sensibilidad. Sus aguas avanzan aún más silenciosamente ahora. Su fantasmagoría no representa ningún inquietante sueño, ni su aliento viene a cambiar nada. La seriedad de su brisa es única. Sin precisar medida, llega puntual a la cita. Sonriente misterio ahora que, presuroso, llega dispuesto para una larga mudanza, como si nada, sin querer ignorar lo que le espera, sabiendo lo que le queda. Lleno el libro de su ría, muera y canta.
"Los poemas tienen siempre grandes márgenes de silencio", escribía Eluard ¿Y cómo no sentirlo mirando al río?
Es curioso que la rutina y la inercia resulten más fuertes que el amor a la verdad y la fidelidad a los principios. Se vive más en la mentira que en el respeto a la verdad. Pero tan cerca del final, presiento que este viaje sólo puede brindarme una confianza que haga superflua la mentira y me capacite para la verdad.
Si la fe capacita al hombre para la verdad, es que ella es la verdad del hombre. Si el río sólo refleja sentimientos profundos, el tren publica los de un mundo que pide a gritos ser iluminado. Pero ya no hay mucho tiempo. Tampoco tengo razón para que se me acelere el pulso o ponerme triste. Todas las imágenes fluyen amables, limpias, tranquilas. El seguro y hermoso semicírculo del recorrido de este tren me ayuda a entender el sino de mi historia. Y me conduce a ello con su seguir adelante sin decaer con su plan y proyecto. Y, ya cerca del final, es invitación a la aceptación de sus etapas como símbolos eternos de mi vida tan humana. Pero, en verdad, nada llega a su fin. Es un tren para la aceptación y no para el adueñamiento. Está muy claro: lejos de él, me sentí más alejado de mi realidad tan sencilla.
El joven sigue resguardado en su silencio. En todo el viaje no ha dicho una sola palabra, ni siquiera ha cruzado una mirada. No he pretendido romper su silencio. Tal vez él sea quien pretenda demostrarme que ello es inútil. Me paro a mirarle. Y, al volver mi mirada, juraría que sus ojos habían girado para mirarme, como para decirme que efectivamente estábamos ya en San Esteban. Esto me desorientó. Pero me quedaré sin saber adónde va. San Esteban es hoy un pueblo bastante muerto. Bastantes problemas tiene como para pararse a pensar en la extrañeza de una presencia, en quién era, o si estaba de paso.
EN EL TREN DE VUELTA
Contemplé durante horas el mar y disfruté con su silencio, también con la brisa balsámica. Pero no me merece la pena quedarme por más tiempo. La finalidad de mi viaje no era ésta.
El último tren arranca y me siento en el último vagón. Sin duda, cogerá más gente en Pravia. Aunque prefiero permanecer en la placidez de este silencio hasta Oviedo. En San Esteban que quedan unos hombres parados en el andén y miran cómo el tren se aleja.
Levanto la cabeza y miro. Vislumbro en un fogonazo al joven que también se vuelve, pero ahora en el vagón de adelante. No lo había visto en todo el día por San Esteban. Quieto, escuchando su música. Pienso que no me conoce. Tal vez tenga algún año más de los que me creía. Su silencio, sin embargo, es sigilosa comunicación. A sus años, mi falta de confianza en mí mismo me atraía más a sumergirme en un grupo de compañeros a la necesidad de ser aceptado por ellos, aunque resultase que me hiciera muy susceptible a su presión. No perdía el tiempo escuchando a los que pasaban su vida explicando lo que se debe hacer. Daba demasiadas vueltas a mi cabeza, sin caer en la cuenta que el silencio es lo más difícil de transitar. Hasta en ciertos momento llegó a parecerme este tren estrecho. ¡Había tantas ideas que sobrepasaban la estrechez! Pero aquellos sentimientos han mudado y su recuerdo de nada le servirán a este joven. A cierta edad, es imposible la coherencia entre el pensamiento y el sentimiento. Pero parece que también él ha oído hablar de aquel tren arrastrado por las viejas máquinas de vapor. Para mí ha sido el más humano y ordenado maestro. Es una verdadera pena que sus lecciones hayan ido a parar a la chatarra. Lo perdido es irrecuperable, es verdad: pero quiero mantener la idea de que, a pesar de todo, en alguien sobreviven.
Este tren me enseñó a armonizar las cosas. No me podría definir sin todo lo que hoy he sentido. También me siento la presencia silenciosa de este joven. Puede ser que el amor a este tren en él no arraigue. Sería una pena: es un buen equipaje. Yo en él me he humanizado. No quisiera que su silencio se eternizara; aunque, curiosamente, no me preocupa en exceso lo que ahora estoy pensando. Sin duda, quiere pasar por el tiempo, no que el tiempo pase por él. No sé lo que significará para él este viaje. Para mi un rememorar, no un interno retroceder o un hundimiento. Bastante tarde, pero llegué a darme cuenta que en el amor el otro aparece como la realidad vivamente soñada de una búsqueda y peregrinaje a lo largo de la vida. Que el amor sólo es vano cuando el cielo está deshecho.
Ignoro lo que este joven esté pensando. Sólo podré seguir con mi monólogo. Pero bien sé que, desde que Dios justifica mi limitación, no intento ocultar mis flaquezas que sólo el amor puede mostrar. Que la música espiritualice y enriquezca su viaje. El tren lo enseña todo. Pronto descubrirá en su propio corazón la pregunta por su existencia en él. Yo no la encontré oculta en otro mundo, sino en él. Y si Dios le "sirve" para algo, es esencialmente para eso, quizá únicamente para que llegue a ese sentimiento de la gratitud por su existencia. Viajar en este tren nunca es tiempo perdido.
UN RECUERDO OBLIGADO
El cielo es una rosa en su atardecer. El cementerio está enfrente, junto a la otra orilla del río. Tan próxima acaricia me trae una inacabada enumeración de rostros, lugares y recuerdos bañados en indecibles ensueños. Mientras mis ojos se fijan en el cementerio, pienso que estoy en otro sitio. Este atardecer es irrepetible. Sé que para mí es suficiente sentir desde el tren, pues esta cercanía no la tengo todos los días. Este cementerio es para mí un rumor de paraíso con historia, donde la realidad vivamente sentida aparece como peregrinaje. Es un cementerio demasiado pequeño para perderte en la búsqueda de una tumba. Cualquiera, nada más entrar, puede identificar la que corresponde a cada cual. Y los álamos lo envuelven con su coraza contra toda soledad. Todo se mantiene apacible. El amor no quiere progreso y cambio. Impele a la confirmación, a la conservación.
Si un día se acercan a él, verán a Pepe y Maruja, entre el perfume de las margaritas y el enloquecimiento de los pájaros, tan cercanos uno al otro, enriqueciendo su reciprocidad y entrega sin límites. Tan sólo volverán su cabeza un instante para decirles que no hay amor sin pasión.
Dionisio y Visita, murieron como vivieron. Ahora coinciden con lo que ya tenían. Serán los primeros en recibirles. Hay personas que mantienen su generosidad aún después de la muerte. Me enseñan que la salvación es alcanzar la plenitud, compartir la naturaleza divina, pues nada finito puede satisfacer a seres tan capaces.
La mayoría de la gente mayor supera su declinación física con un ascenso en la calidad de sus relaciones. Nunca conseguí pararme mucho tiempo. ¿Hablaban de mí como si fuese aún niño? Tal vez haya entendido mal, y ellos me quieran decir que todos somos un mundo entero en pequeño.
El viejo alcalde le ha venido muy bien este largo reposo. Murió muy cansado, pues había perdido todas sus fuerzas corriendo tras los pequeños ladrones de sus manzanas. Y todo esto es lógico en quien no se le reconoció otra ocupación más laudable.
El abuelo observa y calla. Como queriendo decir, sin embargo, que no es bueno repetir lo que ya se ha dicho. Pero, cuando le dije que también quería irme hasta la tumba de mis padres, me indicó el lugar. Le digo que nunca lo olvido. No me contesta. Siempre le ha costado mucho hablar de sí mismo.
Siento que no es preciso encontrar palabras nuevas antes de llegar a la tumba de mis padres. Como si acabaran de retardar una fiesta para sorprenderme con la alegría del más esperado encuentro. Me sorprende que vuelva a sentir el temblor que me acompañaba de niño. Me observan de arriba abajo. Tuvieron que esperar varios lustros; pero todo llega. No se amaban entonces y eran muy jóvenes. Tuvo que marcarlos la crueldad. Compruebo que no les abruma ninguna melancolía ahora. El misterio no explica lo que intensifica. Por fin reina la armonía. Lo eterno todo lo devuelve en la segunda parte.
Desde la fe todos los muertos son mundo paralelo que se conforma sin extrañezas... Sólo es posible reconciliarte con la muerte si se tiene al lado un tren infinitamente bello.