Cuentos


La Princesa con dolor de barriga

En un país muy lejano (tanto que ni los más ancianos pueden recordar), vivía una princesita en su castillo, rodeada de jardines llenos de flores y árboles frondosos, con simpáticos pajarillos que llenaban el aire cada día con sus canciones.

Era la chica más bonita del lugar y por eso todas las demás la miraban con envidia y ojos odiosos, pero la princesa, sin embargo, vivía ajena a todas estas iras y malevolencias; en su mundo sólo había sitio para el baile, la música y la felicidad.

Una de sus amigas, no pudiendo soportar más su propia maldad decidió que la felicidad de la princesita tenía que terminar. Y así sucedió que un día, aprovechando una fiesta que la princesa ofreció a todos aquellos que consideraba sus amigos, su amiga, que era más mala que una bruja, le llevó como regalo, un precioso pastel en forma de corazón, adornado con apeticibles dulces.

La princesa, al ver el regalo que le ofrecían, saltó de alegría y lo aceptó con total ingenuidad. Pero ¡ay! el pastel no era más que una artimaña porque su amiga había escondido en su interior una pócima secreta que produciría un dolor de barriga espantoso a todo aquel que probase un pedazo de ese pastel, por más pequeño que éste fuera. La princesita comió un trocito del rico dulce y repentinamente cayó al suelo retorciéndose de dolor. La bruja, mientras tanto, no cesaba de reír mientras que la princesita yacía en el suelo temblorosa y asustada, sin comprender lo que le estaba sucedido.

Pasado un tiempo el dolor fue disminuyendo pero nunca cesó del todo y esto hizo que la pobre princesita se sintiera cada vez más triste y solitaria. El miedo llenaba todo su ser, se volvió huraña y desconfiada y empezó a creer que todo el mundo quería lastimarla. Este pensamiento le ahogaba el corazón y llenaba de pesadillas sus sueños, noche tras noche.

Un día, paseando por el bosque, se encontró con un simpático osito que se le acercó sin miedo y le susurró:

- ¿Porqué estás tan triste princesita?

- La gente me odia y todos quieren mi desgracia

- ¿Tú crees que todos quieren que sufras?

- ¡Claro! mira cuanto tiempo hace que siento este horrible dolor de barriga y nadie me ha querido dar su remedio

- No todo el mundo es tan malo como tu crees. Hay otras personas con el corazón tan grande y puro como tú lo tenias antes.

- Si es cierto lo que me dices, te ruego que me digas dónde puedo encontrar a esta persona, porque quizá ella podrá sanarme.

- Razón tienes cuando dices que puedo llevarte hasta alguien que te ayude y como creo que tu sufrimiento es injusto te conduciré hasta él para que te cure.


Y sin pensárselo ni por un momento más... la princesita siguió al osito, por un camino muy estrecho, hasta el interior del bosque y llegaron a una pequeña cabaña. La cabaña tenía una chimenea de la cual salía un humo negro como el carbón, con olor a leña. No sabía porqué, pero ese olor le resultaba muy agradable.

La princesita llamó a la puerta y un hombre salió a ver quien preguntaba por él.

- ¿Quien eres tú y qué quieres de mí?

- Por favor, ayúdame, un amigo tuyo me ha dicho que tú podrías curarme del mal que sufro.

- ¿Y cual es este mal que sufres pequeña?

- Un dolor de barriga horroroso que tengo por culpa de una bruja que me envenenó.

- Hmmmm, ¡vaya! creo que sí puedo ayudarte, pero alguna cosa me tendrás que dar a cambio.

- Soy Princesa y muchas riquezas te puedo ofrecer si es que realmente acabas con mi tormento.

- Una cosa sólo quiero de ti.

- ¿Y qué cosa es?

- Una cosa que no se puede comprar con dinero, ¡quiero una de tus muelas!

- ¿Una de mis muelas? ¡pero esto será muy doloroso! ¿Tú también quieres hacerme daño? y... ¿cómo puedo saber que ciertamente me curarás una vez que te haya dado mi muela?

- Tan cierto como que el Sol sale por la mañana y que las estrellas persiguen a la luna por la noche, tan cierto es como te digo, tan cierto... como que no puedo darte ninguna prueba de que lo que afirmo es la verdad.

- Me gustaría creerte pero el corazón me dice que mientes y que sólo quieres aumentar mi desgracia.

- Tu corazón te engaña pequeña princesa y te hace pensar que todo el mundo tiene un alma oscura y sucia como aquella que en su día te envenenó. Y bien cierto es que quizá hay más gente envidiosa y malvada que honesta y bondadosa. Pero si sabes buscar, también podrás encontrar esta otra gente alegre y sana como tu misma lo eras antes. ¿O ya no recuerdas como reías y cantabas y jugabas cada mañana y cada tarde año tras año?


Tras muchas dudas y después de pensarlo muchísimo, la princesita decidió aceptar la propuesta, aunque en el fondo de su alma no tenía ninguna esperanza; en realidad fue su desencanto y desesperación, lo que la empujó a tomar la decisión de confiar en aquel extraño personaje.

Sin decir ni una palabra más, el hombre hizo un gesto para que abriera la boca, y la princesita, obediente, hizo lo que le pedía al tiempo que cerraba los ojos. Sintió como los dedos, introduciéndose en su boca, le iban tocando todas las muelas, buscando la más adecuada, la muchacha esperaba, asustada, el doloroso tirón en el momento más inesperado.

De repente, llamadle magia, llamadle ciencia, sintió que su dolor de barriga se había disipado como el rocío al llegar el alba. Abrió los ojos repentinamente como si hubiera despertado de un sueño y ante ella vio a aquel hombre que abriendo una de sus manos, la acercaba a su carita y le enseñaba una muela blanca como la harina.
- ¡Me has curado! ¡no puedo creerlo! ¿cómo lo has hecho? ¿acaso sabes de alguna ciencia desconocida por todos?

- No soy médico y poco de ciencia sé... Solo una cosa sé hacer bien y es leer dentro del corazón de la gente. El mal que tu sufrías no era por culpa del pastel que aquella bruja te ofreció, sino por tu propio corazón, que resentido y decepcionado huyó del afecto y el calor de otros corazones... creyó que no existía gente buena y al sentirse tan solo provocó este dolor intenso que tu creías que provenía del pastel. Perdiste la confianza en la gente, pero hoy has sabido recuperarla al permitir que un extraño introdujera sus manos en tu boca y arriesgándote a sufrir un gran dolor... has accedido a mi propuesta sin tener la certeza de que realmente sirviera de algo. Hoy has aprendido a confiar de nuevo en las personas.

- Muy cierto es lo que tu dices, puesto que realmente ya no creía volver a encontrar a una sola persona de buen corazón como tú en toda mi vida. Te estoy agradecida y creo que una gran recompensa te mereces. ¡Ven conmigo a palacio y te llenaré las manos y los bolsillos de tanto oro y joyas como tú quieras!

- Yo nada de todo eso necesito. El trato ya está hecho. Yo tengo tu muela y tú salud y felicidad.

- Pero... ¿para qué necesitas una muela? ¿que servicio te puede hacer?

- Mucho sentido tienen tus últimas palabras y toda la razón debo darte cuando dices que ningún servicio me hará esta muela, de manera que te la devuelvo puesto que tuya era y justo es que lo siga siendo.

- ¡Pero no entiendo! ¿Por qué me vuelves a dar la muela? Si acabas de decir que era lo único que querías...

- Quiero que conserves esta muela porque así no olvidarás nunca lo que hoy has aprendido. Cada vez que alguien te haga daño y que tu corazón se sienta solo y triste, quiero que la tomes y que la mires fijamente, y que pienses que, igual que hoy, alguien tarde o temprano llegará y hará desvanecer tu dolor.


Y sin darle tiempo a contestar ni a replicar y mientras aún estaba pensando en todo aquello que acababa de escuchar, aquel hombre dio media vuelta y se fue por el mismo camino por donde ella había llegado. Y cuando aquel hombre ya casi no se podía distinguir entre el follaje del bosque, la pequeña princesita le grito:

- ¡¡¡Muchas gracias por todo, seas quien seas, puesto que ni siquiera tu nombre sé de ti!!!

- Tan solo soy el último de los Hogol y quizá desde hoy también un amigo!


Y una vez que dicho esto, aquel hombre, desapareció por el sendero del bosque y nunca más se volvió a oír hablar de él ni de los Hogol.

Sola ante la cabaña, la princesita alzó la cabeza y miró el cielo azul, las nubes que flotaban allá arriba tan inmensas y tan blancas como el corazón que acababa de recuperar. Y mirando su pequeña muela que descansaba sobre la palma de su mano, tomó el camino de regreso a palacio... donde vivió feliz durante muchos, muchos años más.


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