En estos días en los que la melancolía se convertía en mi propia sombra y los recuerdos de tiempos pasados me asaltaban como cuando asaltan los temores y las dudas, he recordado que una vez tuve un pato ... mi pato se llamaba Josefino.
Sí, el nombre seguramente suene a broma, pero si le hubierais visto, me hubieseis comprendido enseguida.
Cuando le miraba, se me antojaba imaginarle con pajarita negra y sombrero de copa ... Josefino, sin duda, era un pato muy fino.
Mi madre puso el grito en el cielo cuando me presenté con él en casa ... "¿estás loca?", me decía, "¿no sabes que luego crece?... esto no es una granja!!!".
Pero no pude resistirme ... lo vendían en los pasillos del metro de la estación de Méndez Alvaro ... vendían pollitos de colores y un pato ... y enseguida me enamoré de él ... como nadie le quería, me lo dejaron a buen precio despúes de currarme durante un buen rato el consabido regateo. Estaba sucio y
despeluchado, pero aún así en ningún momento perdió su magnífico porte ... seguramente iba para cisne pero la suerte aún no le había sonreido.
Josefino iba conmigo a casi todas partes ... en casa, mi padre no dormía, mi madre no dormía y mi hermano le hacía la vida imposible siempre que se le presentaba una oportunidad. Josefino cantaba unas formidables arias nocturnas en cuá menor.
En verano, vino mi tía de Suecia y me invitó a pasar unos días en su refugio de la sierra madrileña. Mi madre volvió a poner el grito en el cielo cuando le comuniqué que el pato iba también ... me Gritaba con la cara desencajada: "¿estás loca? ¿cómo te vas a llevar el pato a la sierra?" ... y yo no entendía el por qué Josefino no podía ser bien recibido allí. El pato viajó conmigo, mi padre estuvo todo el camino mirándome por el espejo retrovisor ... qué viaje me hizo pasar, su mirada era tan amenazadora que hasta Josefino lo notó, tanto es así que se lo hizo
todo el pobre ... menos mal que yo le había metido en una caja de cartón y no agredimos en ningún momento la impolutividad de la tapicería del impoluto coche de mi padre.
En aquel pueblo de la sierra, tenía una pandilla de "amigas" pijas que tenían chaletes ... yo solo tenía una tía que vivía en Suecia y que cuando venía a España con mis primos, yo pasaba parte de mis vacaciones estivales allí con ellos.
Todo el pueblo nos llamaban "los suecos" ... podría entenderlo de mis primos que tenían un acento indefinible y eran rubios y de ojos azules ... pero de mi? ... aunque tal vez fuese porque por aquel entonces yo era más rubia y seguía gastando 182 cm. de altura.
Bueno, aparte de este dato absolutamente intranscendente, lo cierto es que yo pasaba la mayor parte del tiempo con mi "peculiar" pandilla, aunque juro por lo más sagrado que lo de "fijadte, oche, estoy divina", nunca llegaron a contagiarmelo.
Un día planeamos hacer una fiesta en uno de eso espectaculares chaletes que se ubicaban casi en las faldas de una montaña, o entre dos valles ... la verdad es que en algún momento desee llamarme Arantxa y que mi hermano fuese Borja Mari ... Aparecí con Josefino... enseguida les pareció total, Total e ideal su presencia, mi pato por fin, había entrado en sociedad. Como estábamos solas, nos fuimos a un río que también estaba solitario y nos pusimos a tomar el sol en top-less, la entrada a los chicos estaba prohibida y Josefino se convirtió en el animal más envidiado por la especie humana masculina. Era graciosísimo y sobre todo curioso verle cómo caminaba patosamente de un lado a otro y cómo
subía y bajaba libremente por las pequeñas y grandes también, montañas femeninas ... le miraba y no podía por menos que imaginarmele con gorro de montañero y piolé. Era tan tierno ... de qué forma se acurrucaba sobre mi pecho cuando se sentía cansado de tanta exploración montañera. Tan libre y a sus anchas le dejé que no me di cuenta de que Josefino iba probando todo aquello que pillaba a pico: apuraba los botes de cerveza, de cocacola ... picoteaba los restos de los bocatas de chorizo (eso sí, de chorizo ibérico, cómo no) ...
Cuando entró la tarde, el pobre pato sufría un espantoso ataque de flatulencia ... como por la noche sería la fiesta ... decidimos echarnos una pequeña siesta para estar Divines y que a los chicos se les pusiesen los dientes largos y babeasen como niños..
Menuda siesta nos dió Josefino... daba miedo ver cómo su cuerpo se estremecía cada vez que eructaba y cómo era posible que emitiese semejante estruendo, con el inevitable y por consiguiente hedor a chorizo revenido...
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Yo era la encargada de hacer la sangría ... Josefino era mi ayudante, parecía sentirse mejor después de darle un poco de sal de frutas. En un barreño empecé a echar los trozos de melocotón picoteados, los de limón picoteados, los de
naranja también picoteados ... y el vino y la gaseosa ... Josefino al ver el rojo y líquido elemento se emocionó e intentó tirarse de cabeza en aquella especie de piscina gore ... no había manera de convencerle de que no era la hora del baño e insistía una y otra vez ... tuve que optar por meterle en su cajita de cartón y llevarle al interior de la casa.
Con tanto jaleo e impresionada por la llegada del novio de la Barbie, me olvidé por completo de mi pato ... alguien le vio en su caja de cartón y decidió liberarle, alguien que no le conocía y que no le daba mayor importancia.
Se lo llevaron como si fuese un compañero más ... le sentaron junto a ellos y escuchó todas las barbaridades habidas y por haber que los chicos decían de nosotras, compartió sus copas y finalmente, como una víctima cualquiera de una novatada, le columpiaron y le tiraron al pilón.... No pude llegar a tiempo ... Josefino nadaba entre mares de sangría ... apenas respiraba cuando le
rescaté ... no es fácil describir aquella escena, más bien evitaré los detalles escabrosos ... sólo se oían risotadas de fondo ... mientras entre mis dedos su corazón se apagaba en un último latido.
Si hubiera sido humano, tal vez en el parte de defunción constaría que la muerte se produjo por un coma etílico por negligencia y le hubieran practicado una autopsia... pero Josefino solo era un pato, eso sí, muy fino y con posibilidades de llegar a cisne.
Mi tía y yo cavamos un hoyo en el jardín trasero de la casa ... mi prima le cantó una canción en sueco que yo no era capaz de comprender pero que sonaba preciosa.
Tal vez resulte ridículo, quizás lo sea ...pero en esos momentos todo parecía tener sentido ... con una tira de papel charol le hicimos una pajarita y después de darnos un gran sofocón en su honor, cerramos la tapa de su improvisado ataúd y le enterramos como si enterrásemos a uno de los nuestros.
Nunca más volví a asistir a una fiesta en el valle de los pijos ... y nunca más he vuelto a tener un pato.
Autora: Sabina (2000)
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