Todo en la noche
Mira, al calor de la noche es cuando hemos de reflexionar, parar y meditar sobre el fragor de la mañana: todo aquello que el día nos ha ido aportando, trayendo y llevando... Para reunirlo todo en un solo pensamiento, juntas gracias y desgracias, en el único cuenco disponible: las manos semiabiertas y unidas elevándose por el éter, por encima del ambiente medio a través de la experiencia, fuera ya de todo control por su parte, sino en otras manos, ciertamente conocidas y más que ajenas, íntimas en la vida misma que es el fluír de los días, con sus placeres y desengaños, como imprevisible rutina a la carta, reiteración sin fin de inagotables chispas reunidas en la pequeña hoguera, que viene a ser el fogar, el fuego del hogar; al menos, de la noche, del recuerdo, mejor, que viene a ser o a formar un todo entre el chisporroteo de la carcoma que va muriendo y dando sonido al esperado crepitar de la madera que se quema... Y el humo, nocturno como el fuego, recoge los pensamientos que se encuentran pululando por entre las ramas del pequeño bosque que nos rodea; unas, balbucientes de su camino, pues no lo conocen; otras, vapuleadas durante la jornada y hartas ya del trajín diario y gravoso; las más, repiten cansancio... Y, en fin, el paisaje nocturno se va configurando de manera aconvencional; sólo una regla: sin normas. Y así, unas y otras, las que vienen y las que van, se entrecruzan y a veces se unen, y en algunas ocasiones se funden irremediablemente; permanecerán siempre adheridas... La causa es la misma humareda en que se ha convertido el fuego... Ya restan nada más las brasas, apenas un carbón encendido que al momento se consume por el propio soplido que equivocadamente le anima a seguir... Fuera, desconexión, apagado.
Y las mentes, pulcras de aire contaminado, polución del entender... Blancas, vacías, libres, abiertas hasta los alveolos pulmonares. Con el ambiente coronario dispuesto, faltaría más. Y la voluntad a punto; de acostarse. Adiós. Buenas noches.
(19-5-96)
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