Te miro a ti, oh poeta extravagante, curioso, emprendedor con maleta.
Te escucho, sí: tu silbido vehemente atraviesa superfical mi libido.
Te leo y no alcanzo, ¿ves?, a releer lo que nada dice, susurra a mi ser.
No llegas a entrar, sales de mi entorno, los sentidos. Eso muestra lo que vales.
Te fijo, atento a tu hacer, mas no barrunto más que lo que no eres, quieres ser.
Escruta allende ti mismo, afuera de tus entornos, construye tu propio istmo, el que te adentre al meollo de esta vida, la existencia: no sólo tú, sino el Otro también.
Escucha, cantor del sino: las mareas profundas, los aullidos de vida esos jirones de rúa que dejan su deje en el tendido.
Quien lo entiende, no sabe; quien lo sabe, no entiende. Y, así, ninguno oye, huele ni muere hasta el fin de los días ¡ingente!
(En el tren Valencia-Castellón)
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