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Jonathan


Era una tarde tibia del mes de mayo... bajé del autobús un par de paradas antes y decidí hacer el resto del trayecto a pie, paseando. El parque que estaba cerca de mi casa rebosaba de gente... mujeres, ancianos y niños, muchos niños... no pude resistir la tentación y me senté en uno de aquellos bancos de madera. Miré hacia el cielo y éste se tornaba gris y plomizo, amenazando lluvia, aún así una sensación de bienestar parecía acompañarme y me quedé durante un rato. Eché un vistazo general para familiarizarme con mis inusuales vecinos... a mi derecha; un anciano con garrota, boina negra y con un cigarro a medio consumir que daba la sensación de tener pegado a la comisura de los labios, la mirada perdida y nostálgica, como la de casi todos los viejos que saben que lo son. A mi izquierda, una mujer de unos 60 años, de aspecto impecable y cuidado, con la espalda erguida y las piernas juntas y ligeramente ladeadas, unas gafas que se escurrían hacia el final de su nariz y entre sus manos, unas agujas de hacer punto que manejaba con soltura a pesar de que sus dedos sufrieran la huella de una implacable artrosis.

Aquella tarde me sentía especialmente observadora, reparaba en detalles que en otras ocasiones pasaban casi inadvertidos. De frente; un niño... siempre me gustaron los niños... tan inocentes, tan graciosos, tan tiernos... pero aquel niño era diferente, al menos distinto a otros muchos niños que había visto hasta entonces.

Tenía una cara medio cuadrada, la nariz muy chata y una boca enorme con labios muy finos, el superior era casi imperceptible. La cabeza desproporcionada con el resto del cuerpo y las manos y los pies rechonchos como los de los bebés, pero sin que al verlos, te entrasen ganas de comértelos a besos. En definitiva un niño insulso, como nunca pensé que pudiera existir y sin embargo, allí estaba, en brazos de una joven con aspecto desaliñado que parecía no reparar mucho en él... y que mantenía una conversación un tanto acalorada con otra mujer de mediana edad que estaba sentada a su lado.

El niño de vez en cuando las miraba poniendo gesto de asombro e intentaba llamarles la atención emitiendo pequeños sonidos con la garganta, pero al rato desistía y volvía a su entretenimiento que era introducirse el dedo pulgar en la boca haciéndose hueco con el chupete. Intenté analizar lo que estaba viendo y simplemente, no podía experimentar ninguna sensación, sólo podía mirar y eso empezaba a preocuparme. ¿Tan insensible me había vuelto ante lo que me rodeaba? ¿tan egoísta era que ya no me interesaba lo que era capaz de ver más allá de mi propia nariz?. Me resistía a creerlo.

Mi mirada se cruzó con la de él... tenía unos ojos pequeños, vidriosos y profundos, entrañaban tristeza a pesar de no tener edad para saber qué era eso. Le miré fijamente, sin apenas reaccionar y él hizo lo mismo, por un momento creí que rompería a llorar, pero no fue así... abrió su enorme boca y esbozó una amplia sonrisa dejando entrever dos pequeños dientes en la parte inferior. Se le notaba inquieto, tal vez tuviese hambre, o quizá le molestasen las encías, o seguramente necesitaba, sencillamente, que alguien le hiciese caso. Empezó a sollozar hasta que finalmente rompió en un desconsolador llanto. La joven estaba cada vez más alterada e intentaba calmar al niño con enérgicos movimientos... la otra mujer le pedía que se lo dejase coger, pero ella insistía en seguir discutiendo... todo empezó a descontrolarse... En un arrebato de histeria comenzó a golpear al bebé... en la cabeza, en la cara, en las manos... los que estábamos presentes no salíamos de nuestro asombro, pero tampoco hacíamos nada para evitarlo... yo no era capaz de reaccionar, como si me hubiese quedado muda y estuviera clavada fuertemente al asiento. El viejo se levantó de repente y dijo: -¡¡basta por hoy, ya he visto suficiente!!- y se alejó despacio, sin volver la vista atrás y refunfuñando. La mujer que estaba haciendo punto alzó la vista y dirigiéndose a mi comentó que no era la primera vez que las dos mujeres montaban un espectáculo semejante y que siempre el niño terminaba pagando los platos rotos, pero que ella pasaba de meterse, no quería líos... y siguió con su tarea como si nada le inmutase. Cuando miré de nuevo hacia el niño, la madre ya había dejado de pegarle y estaba en brazos de la otra mujer, que probablemente era su abuela.

Era tan pequeño y ya sabía lo que era sufrir malos tratos en sus propias carnes, estaba convencida de que no era la primera vez que sucedía y tampoco la última si nadie lo impedía.

Su abuela le hablaba intentando consolarle, mientras la joven se sujetaba la cabeza con las manos y decía: -me saca de quicio, es que no le soporto cuando llora-.

Aquella noche estaba sentenciada a ser una noche de insomnio, una más entre tantas. No pude dejar de pensar en aquel niño y la idea de volver al día siguiente me estuvo rondando hasta agotarme.

Entré de nuevo en aquel parque... era difícil saber dónde podrían estar o si terminaría encontrándoles o no... cuando ya me había dado por vencida y casi estaba a punto de marcharme, le vi de nuevo.

Necesitaba averiguar más cosas sobre él, estaba sólo con su abuela y ésta me pareció más asequible que aquella desequilibrada joven... Era mi oportunidad.

Había comprado en una farmacia unas galletas sin gluten donde me comentaron que eran las idóneas para los bebés, mi idea era ofrecérselas al niño y de esta manera poder acercarme a él.

Oí como su abuela le decía: -¡Jonatán, no te metas eso en la boca!- Jonatán, qué nombre tan desafortunado para un niño, ni siquiera era en su forma original, Ionazan, sino de una manera dura, Jonatán, así, bien acentuado y totalmente exento de estilo. Aquel pequeño ya tenía un nombre y el principio de una historia. Saqué de mi mochila el paquete de galletas y pedí permiso a la abuela para dárselas... me miró con cierta desconfianza, pero al final aceptó no sin antes hacerme una advertencia diciéndome: -pero que no te vea su madre, que se enfada- Por miedo a desencadenar un nuevo conflicto y temiendo por la seguridad del niño, me apresuré a darle una de las galletas, enseguida me la arrebató de la mano y comenzó a darle vueltas extrañado intentando decidir por qué lado empezaba a morder.

Me quedé embobada mirándole... ¿le gustaría la galleta? ¿sería demasiado pequeño para poder comerla sin atragantarse? Un cierto temor se apoderó de mi... entonces me miró y volvió a sonreirme, era su manera de darme las gracias, ésta vez sentí como todo se llenaba de ternura a nuestro alrededor. Pero ese instante casi mágico se vio truncado con la llegada de la joven... apareció con la cara desencajada y enseguida advertí que algo ocurría... parecía enferma, estaba demacrada, con unas ojeras muy profundas y de color azulado, las manos hinchadas y empapada en sudor... se dirigió a su madre y le pidió dinero desesperadamente alegando que no podía soportarlo más, que se iba a volver loca si no se "metía algo" cuanto antes y que si no le daba lo que pedía, se llevaría al niño.

Todo empezaba a tomar sentido... aquella joven desequilibrada, violenta, desquiciada, era una drogadicta que sufría síndrome de abstinencia, en tal situación podía cometer cualquier locura y era la responsable de un bebé que no podía ni sabía cómo cuidar.

Jonathan se hizo bello ante mis ojos y lo más importante para mi en esos momentos. ¿Cómo salvarle, cómo liberarle de esa perra vida que le había tocado en suerte? ¿Quién era yo para meterme en lo ajeno y quién era yo para no hacerlo dadas las circunstancias?. La impotencia me embargaba por completo.

La joven consiguió su propósito y se marchó sin el niño, eso me tranquilizó en cierta manera y decidí irme a casa... Mientras me alejaba, el pequeño no dejaba de sonreir y decirme adiós con su manita sucia y llena de babas y con sus pelitos de hambre, enmarañados y con restos de papilla. Aquella imagen se grabó en mi mente, sin saber que tal vez pudiera ser la última que tuviese de él.

Los días posteriores a aquel encuentro se hicieron interminables... me extrañaba no haber sido capaz de encontrarle ni un solo día... ¿estaría bien el niño? ¿habrían decidido cambiar de parque?

Una mañana, como siempre, antes de ir a trabajar, me paré en el quiosco cercano a la parada de autobús... compré el periódico y directamente me fui a la página de sucesos, fue como una especie de impulso, nunca antes había reparado en esa sección, que cuanto menos siempre me había parecido desagradablemente morbosa. Mis presentimientos se confirmaron cuando empecé a leer:

..."El niño Jonathan de 11 meses de edad, fue ingresado ayer por la tarde en la U.C.I del Hospital del Niño Jesús tras sufrir una espectacular paliza. Su pronóstico es reservado. La presunta agresora, madre de la víctima, que responde a las inciales J.M.C. ha pasado a disposición judicial"

Cada una de aquellas palabras impresas se clavaron como agujas en mi corazón y un nudo en la garganta me obligaba a tragar varias veces como si la saliva se me hubiera vuelto espesa de repente.

Seguí leyendo... había un parte de última hora... comunicaban el fallecimiento del niño y por tanto, el final de su agonía. Un fuerte dolor en el pecho me impedía respirar, las piernas me temblaban y noté cómo me iba desplomando poco a poco.

Desperté en una aséptica habitación de hospital, por un instante pensé que todo había sido un mal sueño, que el pequeño no había muerto, que tal vez no hubiera existido nunca, sólo en mi mente... pero de nada servía intentar huir de la realidad... ésta vez le tocó a él... antes hubieron otros y probablemente habría muchos Jonathan no sólo en esta ciudad, sino en otros lugares del mundo.

Una enfermera me dijo que no me preocupase, que estuviese tranquila... había sufrido una lipotimia, pero que en mi estado, eso estaba dentro de lo normal. Mis ojos se llenaron de lágrimas... con el corazón y el alma encogidos y el miedo como compañero inseparable, puse las manos sobre mi vientre abrazando con fuerza aquello que inevitablemente crecía dentro mí.

Autora: Sabina

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