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¡ELLA!

Nunca pudiera haber pensado que la encontraría tan insospechadamente en el tren primero de la mañana. Los pocos viajeros sin duda no la reconocieron. Estaba allí, delicada, brillante, gentil. Me parecía estar aún soñando. Me latía el corazón en el pecho como cuando iba a todo correr. El latido lacerante de los pulsos no se detenía ni un momento ni para pensar en su resplandeciente hermosura. Como si el tiempo se hubiera detenido en el rubor de mis mejillas. Volví a vivir aquella recia timidez que me obligaba a mirar de reojo. Con la impresión de estar aturdido. Con el raro centelleo con que se viven los sueños.

Su hermosura era aún muy joven para ser ya tan famosa. Me preguntaba cómo era posible tal sencillez en quien parecía, a la noche, tan inaccesible entre los enloquecidos aplausos del teatro Campoamor. Nunca había sentido hasta ese punto la presencia de nadie.. Nunca había sentido una atracción tan vertiginosa, una proximidad tan radiante... Cómo me hubiera gustado atreverme a decirle que me bastaba con su silencio. Si se pusiera a hablarme, no tendría a qué agarrarme. Su encanto era un sueño.

Mi sorpresa fue inevitable. Inesperadamente, me preguntó mi nombre. Pasó largo tiempo para que pudiese alcanzar cierta tranquilidad. Ella no tardó, sin embargo, en ponerse a hablar conmigo. No se puso a contarme historias, sino a hablarme de espiritualidad. Del tren. Del río. De la naturaleza asturiana. Y, para mi sorpresa, hablaba como cantaba. Cuando me di cuenta, la estaba escuchando en otra vía láctea.

Nunca pudiera haberme imaginado una situación tal. Su contemplación del paisaje tenía tranquilidad espiritual. Lo que miraba y gozaba lo hacía desde dentro. Diría que el tren nunca había avanzado con tanta confianza y tranquilidad. Era un correr sin números.

Cuanto más me hablaba, más el misterio la envolvía. Sin duda alguna, yo no estaba emocionalmente preparado para la magnitud de sus pensamientos.

"No corras, vete despacio. No confundas el vivir con la prisa"

Y eso que yo no me sentía como junto a una amante. Las palabras en sus labios eran tan luminosas como cálidas. Tal vez las palabras atinadas sea necesario ritual para reinventar la vida. Conocernos más y ser más conscientes es una invitación para ser dueños de nuestra vida.

"Eres sueño de tus padres, de la naturaleza asturiana preñada tan ricamente, pero también eres sueño de Dios".

Todo se reagrupaba y retornaba a la ventanilla del tren. No sabía a qué venía su viaje, pero me sentía poseído por lo jamás visto. Era como si hasta entonces nunca hubiera tenido que correr para alcanzar un pensamiento. Como si lo que no entendía lo adivinara. Hasta los túneles brillaban como estrellado firmamento. Me iba sintiendo alguien. Pues individuo es el desconocido que se encuentra por la calle,la persona es aquella que es acogida e el corazón.

"Cada día contiene la vida entera"

Me atreví por fin a mirarla a los ojos. Con la misma suavidad, con la misma delicadeza... Sólo me saldrían monosílabos... Pero todo se iba aclarando, aunque por el momento todo no lo entendiera. En mi mente le júbilo me poseía. Sus palabras entraban cantando en mi alma. Y los pájaros de la mañana también cantaban sin parar.

"¿Puede haber algo más humano y razonable que lo que se pueda vivir en un tren como éste?".

No era el momento para empezar a recordar. Lo haría más tarde. Ni tampoco le preguntaría qué significado pudiera tener este tren para ella. Todos somos viajeros perdidos en pequeños trenes esparcidos por el mundo. Ya no debía quejarme más de la vida. Saldría de mi castillo. La vida nos ha sido concedida, y sólo dándola la merecemos.

"Que el viajar no sea un escape de tu personalidad, sino una expresión de ella".

Sentía ahora el cielo inmenso de allá fuera como lleno de campanas. Un día tendría que ponerme a reunir pedazos. Pero caminando con mis zapatos. Dejándome modelar por este tren tan querido. Pero aún era pronto, todavía no estaba conmigo mismo. Me sentía casi nada. Como si tuviera que empezar a existir para poder vivir con toda la intensidad el momento.

"Las cosas te habrán podido salir mal, pero no tan mal como esperabas. La fe no es más que un cierto coraje de vivir de una manera auténtica, una resistencia al miedo y a toda forma de dependencia".

¿Por qué mi vacío no podía ser morada de Dios? Y no se me ocurrió pensar algo así como ¿qué pretende decirme con todo esto? Ella todo lo tenía muy claro.

"Hay gente cuyo único afán es querer no perder el último tren. Éstos nunca se paran a pensar ¿éste último tren adónde va?".

Sus manos también encontraban la expresión exacta. Era toda una artista. No poder pensar como ella, era cosas que sólo podía lamentar. El tren dibujaba en el cielo encantadores ritmos. Nunca volvería a hacer un viaje tan feliz.

"¿Cuándo pensamos en Dios, es Dios quien piensa en nuestro pensamiento? ¿Es él quien desea en nuestro deseo? ¿El que ama en nuestro amor?".

No lo olvidaría jamás. Me sentí estimulado a cambiar. Y poseído por el encanto jamás visto en una mujer. Sus palabras se callaron entonces, pero para oírlas luego en todos los susurros. La naturaleza del amor no permite que sea detenido por el tiempo. Cuántas veces he pensado en aquella felicidad de estar a su lado. Como si compartiéramos el mismo sueño.

Aquella mañana, me habló de muchas cosas más. Y a todo lo que ella me iba diciendo, yo le iba poniendo alas. Su brillo aireaba mi interior para que toda la luz penetrara. Pero yo no me atreví a contarle nada. Bien me remordió la conciencia por no haberle contado mis cosas. Ahora bien: desde que experimenté tan emocionadamente su presencia, mi alegría pudo soportar otros sufrimientos. De ninguna de las maneras hubiera podido encontrarla por Madrid, pues sólo en este tren es donde ella parece que más disfruta. Sólo en este tren podía escuchar otras cosas a través de su voz, ver lo infinito a través de su rostro, percibir más allá de mis pensamientos, captar otro mundo más amplio tras mi pequeñez.

 

CUANDO EL FINAL SE ACERCA

¡Qué difícil resulta terminar como una quisiera!. Empecé a recordar y no termino. Ya casi en Oviedo y de vuelta, me debato entre las tensiones primeras. Estoy aún entre tanta luz, que los pasos del trayecto engrandados se han vuelto laberinto. Temo terminar con la impresión de que es más lo que no sé de mí mismo que lo que no conozco. Me veo situado entre la tentación de la última página en blanco y la realidad de permanecer donde ya creía no existir. Me siento, curiosamente, distinto al que ha comenzado a la mañana el viaje. Y veo más claro que nunca quizás la mayoría de mis experiencias son inexplicables de modo exclusivamente racional. Necesitaría cerrar ahora mis ojos para ver; y necesitaría creer aún más para comprender.

Casi al final, empiezo a sufrir las consecuencias del viaje. Ya no podré reclamar mi independencia.

Y no estoy escribiendo hacia fuera, sino hacia dentro. Ojalá el latido de mi corazón sea el pulso de mi escritura. Veo más claro que nunca que para comprender lo que soy, necesito aclarar lo que creo de mí mismo. Aunque las palabras sean signos inadecuados que me manifiesten y me oculten al mismo tiempo.

Narrar este viaje es un esfuerzo desesperado de decir lo que no puede propiamente decirse. Pues las únicas palabras fecundas son las del amor.

 

MI COMPAÑERO

El sol se ha ido ocultando. Amplios rayos de luz refulgen entre los árboles y, aún más, entre las rocas que sobresalen allá arriba. Como si la noche fuese a salir del suelo y viniera a dejarlo todo en su sitio y a tranquilizarlo todo bajo los ojos vivos de un cielo necesitado de reafirmarse.

El joven tal vez buscaba algo y no lo encontraba del todo o encuentre exactamente lo que buscaba. Puede ser una inexacta apariencia mía. Le miro largo tiempo. Mi percepción puede ser ahora más exacta. Es posible que ronde los veinte años. El tren va subiendo de tono en el enfrentamiento entre el orden y los recuerdos tan celosamente guardados.

El silencio del joven no es silencio sino forma: una posibilidad de comprenderlo, eso pienso ahora. Sólo se aprende a percibir cuando uno acepta el mundo desde los ojos del otro. Puede parecer exagerado, pero cuando le miro, mis ojos tal vez sean los suyos. Tal vez siga sintiéndome desorientado y perdido, apenas sin saber dónde ir, dónde meterme.

Pude hacer algo por hablarle o pude haber mirado hacia otra parte. Pero no creí que tan solo se encontrara en el mundo, que ya no supiera decir algo sobre la soledad, como si fuera ésta la primera vez que se encontrara que un pensamiento adquiriera significado más adelante.

Bien sé que este tren no suena como una sola frase, sino como muchas al mismo tiempo. Y que todo aliento constructivo no puede tener un final destructivo. Si tuviera su misma edad, acaso me sería más fácil explicar los cambios que en mí llegaron a producirse. Ahora no sabría hablarle de mi experiencia de la vida de Cristo en mí. Qué orgulloso me siento en su compañía. Sé que no pensará que loco estoy, qué fatuo.

 

FINAL DE VIAJE

El tren se acerca a la estación de Oviedo. La iluminación de la ciudad no permite observar si ya hay estrellas en el cielo. Tengo poco tiempo para detenerme ahora en otros pensamientos. Mañana mismo me marcharé al balneario granadino. Tampoco se me ocurre pararme a pensar si algo importante he olvidado en este tan íntimo viaje. Parece que la noche será placentera. Tal vez, una vez en la ciudad, me demore un buen rato en su contemplación. Pero, en esta última noche, no empezaré de nuevo a escucharme demasiado. Sólo el tren posee el valor de evocar el amor tan necesitado por la experiencia.

Ya parado el tren, me doy cuenta de que me distraje en el último tramo. Se ha hecho largo, pero he llegado al inicio.

Cuando me levanto del asiento, reparo en la urgencia con la que el joven ha desaparecido. No es que eso sea especialmente llamativo en un joven. Pero siento la curiosidad, como una importuna obligación, de apearme por la puerta de salida de su vagón. Espero un instante, más extrañado que nunca. Sobre su asiento ha dejado las cintas con las grabaciones de Rigoletto, Don Pasquale, Boheme y Los Cuentos de Hoffmann. Las que ella canta con Kraus, Gedda, Tucker, Tebaldi, Victoria de los Angeles...

Esto es todo. Ya no me quedan palabras. Este joven también volaba buscándola en mi mismo sueño. Gracias a Dios.

En este tren siempre se encuentra el mejor estímulo para seguir amando. Pero ya no es el mismo. Y para que lo imaginado no se adueñe de lo real, la seguiré buscando en mi corazón y buscándome en el suyo.

 

EPÍLOGO PARTICULAR

Reconozco mi incapacidad para añadir detalles o nota alguna. El lector tendrá más libertad a la hora e su lectura. Cada uno puede leer e interpretar sus páginas como quiera. Por mi parte, creo que ese tren no encierra verdades universales: cada viajero las hace concretas, percibiendo, conociendo, sintiendo y escuchando.

Mi entrañable amigo pensaba que todo conocimiento histórico es autoconocimiento. No podemos entregarnos a él sin caer en la idolatría. Estaba muy convencido de que no podemos identificar verdad con realidad. Y, además, estoy seguro de que hizo ese último viaje tan sólo para desenterrar ese lado oculto y olvidado de la realidad que encontró en el tren del Vasco. Fue sencillo y no insensato: quiso ver desde su punto de vista, y no desde el impuesto.

No tuvo tiempo para despedirse de sus amigos. Pero tuvo un momento para dejarnos un último pensamiento. " El camino del amor es dejarse arrastrar por la fuerza del amor. Amar a Dios es dejarse amar por él".

Él decía que el Vasco era capaz de lo imposible. Y, sin duda, es capaz de ir poniendo los nombres exactos y los lugares en su exacto sitio; los que yo, por respeto a su sensibilidad, me he atrevido a cambiar.

Prometo hacer pronto su recorrido. Leyendo sus páginas. Observando el discurrir del tren. Mirando hacia el río. Escuchando, como el joven, preferentemente un adaggio.

No necesitaré probar nada, pues poco valioso es lo que necesita ser probado. Su sabiduría nació cuando unió el amor del saber y el saber del amor. Espero sentir la espiral del amor de su recorrido, pues las palabras que no provienen del amor y no conducen al amor, desconocen por completo la naturaleza y el sentido de este tren. Eso era lo que le gustaba decir a él.

Es una osadía mía esta publicación. Creo justo que lo que empezó en la soledad termine en la comunidad. Sin duda alguna no ha tenido otras palabras que decirnos. Y cualquiera puede entender lo que sucedía en un corazón humano que pronunciaba su última frase: Gianna d'Angelo.

Autor: Ceferino Suarez de Los Angeles

(El pequeño tren y la gran Gianna D'Angelo)

Gianna 6

El fondo y los botones son gentileza de 'El Lirio'