Conversaciones
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, le encontró en la cama, con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote inmaginó que el hombre sabía que vendría a verlo.
-Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber como orar. Cuando he estado en la iglesia... he escuchado siempre al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etc., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el otro... pues no tengo idea de como hacerlo, entonces, hace mucho tiempo, abandoné por completo la oración y así seguí hasta hace unos cuatro años, mi mejor amigo me dijo: "José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas... te sientas en una silla y colocas otra silla vacía frente tuyo, luego con fe te imaginas a Jesús sentado delante tuyo. No es algo alocado el hacerlo pues Él nos dijo: 'Yo estaré siempre con ustedes'. Por lo tanto, le hablas y le escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo". El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo, luego oró con él, le bendijo, le suministró los Santos Oleos y se fue a su parroquia. -Sí. Cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dió un beso. Cuando regresé de hacer la compra una hora más tarde... ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues al parecer justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar eso?...
-Supongo que me estaba esperando, le dijo:
-No, quién es usted?, preguntó el hombre.
-Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted. Cuando vi la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo iba a venir a verle.
-¡Oh sí, la silla!, replicó el enfermo,
-¿Le importa cerrar la puerta? El sacerdote sorprendido la cerró.
-Así es como lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vea mi hija pues me internaría de inmediato en la casa de los locos.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le pregunto:
-¿Fallecio en paz?
El sacerdote se secó las lágrimas de emoción y le respondió:
-Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esta manera.