Cuentos Volver a Indice de Historias y Cuentos




De las tiernas aves del cielo
-Autor: Francisco M. Herranz (PacoZ). San Isidro, Argentina-
Correo electrónico: fmhz@ciudad.com.ar


"Cada pájaro en su nido" dejó escrito mi abuelo cuando, antes que dejar que lo trasladaran a la ciudad, prefirió morir por su propia mano.

La noticia de su muerte me desasosegó; lo quería no obstante que sólo lo veía unos pocos días al año, en las ocasiones en que, bajo la promesa nunca cumplida de quedarse un mes en Buenos Aires, visitaba a sus hijas y a su único nieto.

Mi desasosiego no provenía de que su muerte hubiera sido temprana -tenía 85 años- ni de algún hecho escandalizante o inexplicable; simplemente lo quería, pese a que nuestro trato había sido fundamentalmente epistolar.

El abuelo nunca pudo hacerme compartir el amor por las hectáreas que él desmontara a machetazo limpio, ganándole espacio a la selva y tanto era mi desamor que recién conocí el lugar luego de su muerte, viaje que hice con el propósito de enajenarlas a cualquier precio.

La venta se realizó en la escribanía de un pueblo vecino al que llegué con dos días de anticipación; tomé una habitación en la casa de familia que hace las veces de hotel y me puse en contacto con el interesado y con el escribano. Luego, ya finalizados los trámites y a punto de regresar, tuve la malhadada idea de visitar la casa del abuelo y sus aledaños, desoyendo la sentencia postrera del viejo, relativa a que cada cual tiene un lugar de pertenencia.

Nada diré de la vegetación del lugar -triste, saturada y sombría- tampoco de las bestias, a las que sólo conocí a través de las historias de los vecinos, ni del clima sofocante, ni de esos murmullos -gritos ocultos, zumbidos confusos, gañidos y graznidos inexplicables- entretejidos, sobre un viento sibilante, por el cascabeleo de las hojas.

Siguiendo los consejos de los lugareños calcé altas botas, vestí gruesas bombachas, me enfundé en una camisa de mangas largas, me calé un sombrero de paja y cubrí mis manos con guantes de cuero; también llevé la máquina fotográfica y el fusil del abuelo, con el que pensaba precaverme de posibles apariciones de eventuales fieras endémicas; entonces sí me interné en ese oscuro claustro de alto techo vegetal.

Las prevenciones habían sido en vano; salvo la casual destrucción de un hormigero no me crucé con felino, fiera, bípedo, cuadrúpedo o reptante alguno, incluyendo la real o mitológica "gran bestia" tan mentada por los lugareños.

En medio de la espesura de la selva, acongojado por lo umbrío del lugar, un tanto desengañado de los pretendidos riesgos, me dejé estar en el goce de los gorjeos, trinos y cantos de la fauna lugareña, tratando, muchas veces en vano, de ubicar las tiernas avecillas responsables del concierto.

En ese intento noté un ligero movimiento en un tronco; fijé la vista en el lugar sin advertir su proveniencia. Cuando estaba por continuar mi camino se produjo un nuevo y leve movimiento en lo que parecía ser un bulto en la corteza del árbol. Tras una pertinaz observación advertí que tal bulto era un pequeño y quieto pájaro cuyas plumas se avenían con el color y vetas de la madera. Permanecí inmóvil, con la cámara fotográfica lista, hasta que el pájaro movió las alas; era un ave pequeñísima, capaz de permanecer suspendida en el aire sin desplazarse de uno a otro lugar; el pájaro, que parecía y seguramente era un picaflor, me cautivó con sus rápidas evoluciones, sus rotundos giros en vuelo y sus violentas aceleraciones.

Despojado del sombrero para mitigar el calor permanecí en el lugar tomando fotografías de la avecilla y tratando de conformar, y retener, una imagen cabal de ella. Para entonces tenía idea de su forma, colorido, tamaño y evoluciones pero me faltaba ver el interior de su plumaje en vuelo.

Por fin, en un impromtu, el pájaro giró sobre sí y avanzó con presteza; sentí el viento desplazado por el vertiginoso batir sus pequeñas alas y el cosquilleo de sus plumas sobre mis párpados y pude observar su giro alejatorio; fue entonces cuando observé, en medio de un intenso dolor, tanto el plumaje íntimo del ave cuanto a mi ojo izquierdo pendiendo de su pico.

Beccar, 24-12-97. 30/03/1998...

-Inicio-