Volver a Historias y Cuentos

GIANNA D´ANGELO Y OTROS RELATOS DEL TREN



PREFACIO

Tengo la impresión de no estar modificando el método de mi conducta al emprender mi viaje, tantos años después, en este tren de vía estrecha. El viajar ha sido para mí ya desde los años de la infancia una aproximación a las funciones familiares del sueño, o bien de un sueño propiamente dicho, o del que uno se acuerda al despertarse, o bien de un sueño diurno. Al despertarme, he vuelto a recordar, en un hormigueo punzante, la máquina de vapor, guardada en el desván de aquella casa para que nadie se apoderara de ella. Tal vez siga allí escondida, en las arcas de mi infancia. Aunque, esta mañana, no me siento alienado en ningún rincón del alma.

Y este viaje de hoy, tan tempranero, cuando tantas cosas se han vuelto borrosas, me devuelve esa luz transparente que gustosamente acepto. Pone verdades en mi mano, y soy yo mismo quien las recibo. Con los años el viajero se convierte en un buscador de su verdad. Por lo que ya no intento, con el denuedo angustioso de amor al tren Vasco-Asturiano, conjurar cosas así como una pequeña máquina de vapor. Ya no construyo con masa ilusoria. Discierno entre mi falsa y genuina experiencia, ni tomo mi deseo por fe. En él me siento persona, y no tengo que abrir la ventana de ningún mundo cerrada.

Sería mentir decir que mi amor a este tren me conjura de alguna pesadilla para dejarla tranquila como un sueño. Sería mendaz culpar a una casa con desván y a los acontecimientos que en ella se han inscrito, pues aquel laberinto ha perdido ya su razón de ser. Por lo que desenlazo mis manos, y viajo sólo sintiendo correr sin cansancio mi viejo tren. Sólo quiero estar de nuevo para sentir y no pensarlo. Aunque sea cierto que el olvidar es ignorar las dentelladas en el alma, el valor de la propia vida. Pero cuando uno lo quiere explicar todo, no aclara nada. Viajo tan sólo para que mi memoria reviva las imágenes que este tren nunca ha dejado en el olvido. Sin su recuerdo, mi razón perdería su capacidad de ser razonable.

Llego a este tren como a esa gran visión que me faltaba. ¿Qué es lo que ahora me tira del alma? Hay viajeros que ven lo que ya no existe. Quisiera ser uno de ellos. Por lo que pensaré con cierto orden, iré despacio. Miraré primero los puntos débiles; después los fallos; ojalá para que pronto vea la verdadera razón que me enseñó que no hay que mirar tan alto para maravillarse.

Los significados humanos surgen de las experiencias, de los sufrimientos y de los sacrificios, de lo que en la vieja terminología religiosa se denominaban las pasiones. Sin olvidarme de ser lo que soy, evitaré explicarme a mí mismo. Sólo un amor desinteresado será capaz de que este tren redescubra su verdad primordial, su justificación. Más sigiloso ahora, encontrará más ordenada la escena sin duda alguna. En él nunca el charlatán fue tenido por sabio.

El círculo de mi tiempo se funda en este tren. Y, cuando ahora mira sin volcarse en los ojos, mi memoria recorre la espiral de su recorrido, desde Oviedo a San Esteban, para volver a su punto de origen. Pero he de ser sencillo. Soy consciente de que para poder recoger, poner los ojos, hallar, fundir su ritmo en mi corazón, debo poner todo lo que tengo en relación con lo pequeño. Es evidente que hay hechos y ocasiones irrepetibles. Pero todas sus palabras singulares se reúnen ahora para resplandecer y afrontar la luz del día.

Maravilla del destino: no podría tener una verdadera relación conmigo fuera de una verdadera relación con este tren, y con el don que él inscribe en mi espiral. Le saludo y le deseo lo mejor. Ni lo que espero ni su modernización podrán echarme atrás. ¿Por qué he de tardar tanto en asumir lo que este tren me viene aclarando? Sin duda, sigue buscando con el amor de toda su vida. Y no me estoy pasando. Pues el gozo con el que ahora viajaré sólo se debe a que los años no me han arrojado de los lugares más protectores. Y uno todo lo puede comprender cuando acoge la hospitalidad debida al silencio de los otros. No hay duda alguna de que hoy me represento comprendido en el secreto murmullo del sollozante avanzar de este tren. He descubierto que mi vida no es una historia de respuestas, sino de preguntas, aunque siga ignorando el significado de muchas de éstas. Creo que la cuestión del significado no ocurre solamente cuando se siente que la vida se ha perdido; ocurre, sobre todo, como mensaje final de toda reflexión inexplicable, cuando uno se descubre afectado por el significado mismo. Y entonces es el momento se puede constituir el comienzo de una historia más humana. Ignoro el significado último de este viaje, pero estoy dispuesto a avenirme con este hecho tan difícil de admitir en otro tiempo. Y sé que no podré elaborar un discurso auténtico si no en consonancia con él.

Sin duda, es mucho menos lo qué sé que lo que siento. Sólo a través de los otros parece probable encontrar algo de valor en la propia individualidad. Aunque tarde, ojalá pueda dar a mi vida esa intencionalidad que esté en consonancia con la suya. Antes, me fui construyendo en su acogida; ahora, lejos de desposeerme, sin duda alguna me forjará.

El tren, indemne y tranquilo, no es frágil espejo. Restablece los vínculos irrompibles, deshace límites, apaga la excesiva luminosidad de los sueños, eliminando los absurdos debidos entre lo real y lo sentido.

Como asturiano, no sabría realizarme o expresarme en una actitud de fidelidad sin referirme al mensaje y la vida de este tren. Han pasado los años. La vida cambió. Pero muchas cosas en él vividas permanecen inalterables. La creencia en una Asturias sin mitos es el mito de una Asturias sin creencias.

Me siento orgulloso al emprender este viaje. Cuántos años he tardado en ver la razón de la razón de todo. Viajar en este tren no es sólo un recorrido de ida y vuelta: Es una luminosa espiral que crece y se expande, que te mantiene y todo lo abraza para recordarte y llenarte de su luz creciente.

 

OTRA ESTACIÓN MENOS ENTRAÑABLE

Esta mañana he abordado el tren sin pensármelo mucho, eso sí, después de haber empujado de mi cabeza las horas interminables de la noche, para que con la llegada de la mañana dejasen de clavar tantos sueños. Como si debiera apresurarme para no quedarme perdido en la entrelazada liturgia de una multiplicada noche.

No me pondré a dar una razón de mis sueños, pues dejarían de ser auténticos. Por otra parte, nunca me han interesado mucho las explicaciones al uso de los que pretenden interpretar los sueños. Por muy acostumbrado que esté a su ácido vuelo en los sótanos de mis sombras, creo ignorar las explicaciones que no solicito. Tal vez pienso que es mucho menos lo que sé que los grandes interrogantes que siento. Sé que la experiencia de mis sueños me afecta espiritualmente, pero sólo me interesaría el significado que pudieran tener para los otros.

La ciudad de Oviedo ya no es lo que era. Todas mis fantasías han perdido su rostro. Tal vez a mi regreso, busque las explicaciones de mis sentimientos tan confundidos ahora unos con otros. Últimamente, voy y vengo de lo otro a lo mío, de lo mío a lo otro. Y veo que la única posibilidad de creer en identidades es cultivar el amor. La nueva estación no es nada entrañable. Muy cerca, veo el solar de la antigua estación, rincón de sollozante sombra. La contemplo describiendo a su vez mis sentimientos. Observando a Falín, doña Esperanza, Luis, Emilín, Queta que, aún muertos, comprenden todo lo que voy sintiendo. Les sonrío a todos. Sus voces me cantan, porque sólo se canta eternidad cuando se canta de forma tan humana. Bastará con un instante, con el simple subirme al tren sin embargo, para que el mundo transforme todos sus posibles significados. Sin darme cuenta, empezaré a observarlo todo con otros ojos. Y todo a pesar de que agradecería la sensación de que todo siguiera igual. No hay paz de siempre, que no es paz, sino momentos de paz ante los que no debo quedarme extasiado, pero con la certeza de que hoy no la podría encontrar en otra parte.

Es un buen amanecer para dirigirme a este viaje. Aunque, unos años esperando, y ahora lo haga sin pensármelo. Hablar bien de este tren no es suficiente; es menester haber accedido a una auténtica claridad respecto a uno mismo si queremos comprender lo que él significa. Soy un afortunado porque aún me queda este recinto para encontrarme, para no sentirme perdedor. Las experiencias en él guardadas emergen en mi conciencia como creencias. Y no dudo de que el viaje me dará la razón. Veré como nuevas las cosas viejas, las vividas entonces, vistas por tantos pero no tenidas en cuenta.

Cuando la nueva locomotora sortee las primeras curvas, lo hará alardeando de no necesitar los esfuerzos de las máquinas de vapor. Y me aliviará descubrir cómo los arbustos, sin embargo, se esfuerzan para asomarse al tren y mirarlo, extendiéndose más allá del soplo fugaz del instante. Sin dudar, prefieren la cercanía del tren al jeroglífico tan contradictorio de las nuevas carreteras. Y será lógico que los pensamientos que crucen primero por mi mente lo hagan con la rapidez y la sorpresa de las estrellas fugaces.

He de pensar lo que sienta, pues el viajar es el sentido de la vida, el ser mismo de la vida. Siempre hay algo más de lo que hay. Por lo que haré previsión para que tantos pensamientos se unan a mi experiencia más acorde.

Pienso que una persona sólo se manifiesta a través de lo que cree. Y esto a pesar de sentirme perplejo por estar sintiendo lo mucho que he olvidado. ¿Y cómo hablar de redención olvidando la historia? Para poder entenderme, tendré que abrir primero la puerta de este vagón. Para que una vez abierta, vea lo que nunca pude separar de mí mismo. Sé que probar una cosa no es suficiente, es menester elevar a los demás hasta ella. El problema fundamental no es probar la historia real de este tren, sino su presencia. No es tarea fácil. Pues sin una experiencia interior las palabras no son nada.

 

PRIMEROS RECUERDOS

Muchos años después, observo que mis pensamientos no han variado tanto con el tiempo, así como que mis sueños tampoco modificaron su ritmo. Aunque la inquietud de los años difíciles ha perdido, ya no sé cuando, su razón de ser. Tal vez lo explique el hecho de que ante las batallas que no tenían remedio siempre me he exigido una mezcla, cuidadosamente concertada, de muchos silencios y pocas palabras. Por lo que, creo, ahora son muchas las cosas que veo reflejadas sobre blanco y negro, como cuando no se investiga nada. Sin murmullo, sin muchas palabras, percibiendo las cosas sosegadamente, como cuando salía del insomnio del desván y el abuelo me llevaba al tren. Tampoco ahora me atrevería a decir una palabra si, previamente, yo mismo no la hubiera vivido, sufrido o descubierto. No quisiera que mi comenzar a narrar fuera un comenzar a errar.

Quiero pensar que no me equivoco: es ese caserón de enfrente, tan cerca del riachuelo, donde Telva sufrió lo suyo. Puedo estar en un error, pero ya es hora de cometer errores. Nunca me merecieron la pena los datos exactos de lo exterior al mundo interior de las personas. También el abuelo parecía estar por encima de estas cosas. Me sucede: a veces no sé el cómo, y siempre desconozco el porqué. A Telva la había casado su familia, cuando aún no había cumplido los dieciséis años, con su tío, al poco de llegar éste de Cuba. Había llegado sin un real. Y en tiempos en que los que los vecinos soñaban con recibir a sus emigrantes autosuficientes, orgullosos, sin paraísos perdidos. Por lo que, desprovisto de las formas exigidas a todo emigrante, humillado ante sus semejantes, no tuvo más remedio que irse con su Telva a una vivienda barata de Gijón.

Fueron mortificados por los comentarios. Y, después de que encontraron a su marido muerto en la soledad de un campo en las afueras de Gijón, ella se volvió a su caserón para encerrarse para siempre en sus rezos, sin dar un solo paso más allá para recuperar su alma. Nadie se paró a pensar lo que allí estaba pasando, metida para siempre en la habitación de arriba de aquel caserón.

"- ¿En el desván, abuelo?"

Y más silencio que a su muerte, rodeó la muerte del anciano médico. Fue el primero que llegó a la casa de la difunta, a pesar de que ya andaba para pocos trotes. Parece que la muerte de Telva le afectó profundamente. Y, tres días después, apuró el desenlace del tumor que sólo él conocía. Nunca un caserón desmoronó tal rosario de sigilos.

"- Me cuentas estas cosas con mucha tristeza, abuelo".

"- También a mí me dejó helado", me respondió.

Y nunca pude perdonarme la imprudencia de preguntarle:

"-¿ Has tenido más novias que a la abuela?".

No lo entendía. Era inútil hablar en los pueblos de pobreza. Hasta los más pobres hablaban como los ricos. Tal vez, cosa que yo por entonces no entendía, más que de dinero, hablaran de inseguridad y de miedo. Era para mí un misterio. Y, en aquellas condiciones, me resultaba imposible hacer de la vida un descubrimiento; y menos aún descubrir en aquel vacío la huella de todo un ayer. Y aún más extraño resultaba que siguieran llamando al silencio prudencia. En estas condiciones, ¿qué podía importarles la soledad de Telva?.

Sin duda alguna, he tenido mucha suerte sin embargo. El abuelo me ofreció la única seguridad luminosa. Sólo me callaba las cosas que yo de ninguna de las maneras pudiera entender. El amor no necesita de muchas palabras. Y sus silencios estaban lo justamente medidos.

Todos ellos terminaron muriendo como habían vivido. Cuanto más se muere uno mismo a sí mismo, tanto más comienza a vivir para Dios.

En este tren he comenzado a aprender a partir de los demás, de cómo miraban, sentían; su espejo me permitía verme como ellos veían a los demás. Corazones, que así amaban, eran incapaces de herir a nadie. Y aprendí que sólo en el amor asoman la belleza infinita y el valor absoluto de la existencia. Gracias a ello, ahora siento que algo tengo en mis manos y una memoria en el alma.

Sentir en un tren como éste no es incómodo. Pues los pensamientos ligan con la vida de los demás viajeros. Viajar es evocar el paraíso perdido. Por ello jamás podría describir, sólo puedo narrar.

 

INFINIDAD DE CURVAS

No habría de existir un amor que siempre tropezara con la resistencia de la realidad. No sé cómo explicarlo. Pues, por otra parte, todo me parece más hermoso cuando, como viajero, me siento tan cercano a aquel adolescente que había logrado conjuntar, de forma tan admirable, el silencio casi eterno y la fiebre soñadora. La verdad es que nunca hacía búsquedas arriesgadas. Loa acontecimientos que provocaron su recurso a cierta resignación, siempre advinieron con admirable sorpresa, cuando menos lo esperaba. Y, aunque todo era muy espiritual, pues la horfandad y el hambre son ante todo experiencias espirituales, lo vivía como un mundo de realidades muy distintas. Tuvieron que pasar los años. Sólo entonces su ritmo interior y sus vivencias se fueron adaptando a la espiral del recorrido único de este tren.

Creo que a mis dieciséis años yo también había encontrado en el tren un refugio para la defensa de mis silencios primeros. En él aprendí los frenos y recursos a utilizar ante los desasimientos tan frecuentes como las curvas. Pero, sobre todo, a descubrir que el mundo religioso, el personal y el del tren tenían una misma morada.

Todos los grandes interrogantes permanecerán sin respuesta. Lo importante es que el hombre se redescubra a sí mismo. Y el tren fue un diálogo constante con la sorpresa que no se instalaba ni por un momento en un marco sino en una sucesiva combinación que, si no estás atento, la pierdes. Pero una vez instalado en él, no tendrás tiempo para perderte: es lugar para las certidumbres. Y, paradójicamente, te encamina hacia dentro.

No es fácil ser justo y piadoso a la vez. Cuando aquella mujer piadosa llega al atrio de la iglesia de Valduno, encuentra al niño que llevaba allí horas sentado y esperando.

"- ¿Todavía no ha llegado ninguno de los niños de primera comunión?"

Pero el niño piensa que aquella mujer, sin embargo, tiene que conocer a su madre que con tanto amor ,en una cama del hospital, le ha hecho su traje de azul mahón . Hay quienes tiene la suerte de ver con más claridad a Dios que lo que tienen ante los ojos.

"- Mi marido se quejaba de que aquella lata de conservas le había matado. No levantó cabeza ya".

Completamente arrepentida y abatida. Trágico juego del amor y el odio.

"- Ya no te será posible arrancarlo del calendario. Pero tampoco lo conviertas en propia Inmolación".

Hay personas tan ínfimas que no es posible decirles otra cosa.

El chico en el umbral de aquella casa sin cimientos cena el arroz con leche de la fiesta todo el año esperada. A lo lejos se oye una pequeña orquesta, como cuando todo se siente y no se piensa en nada. La tristeza de la música amarga la espera de otro año. ("¿Por qué mi canción se siente sin cesar?..."). Cuando el hambre calla, los sentimientos alborotan.

"- No me atrevo a decirle a mi marido que el hijo no es suyo".

"- No se te ocurra eso. Hay confesiones que son una ruina mayor que la culpa. Más bien convierte tu propia condena en más amor para ellos".

Conviene apearse de una vez de la culpa para encontrar en el amor el lugar de la redención.

En la colina de enfrente, masa de lo que se calla al aire libre, contando por los dedos, un niño deshace nudos de rubio trigo que el tren le traería de Trubia en pan negro. ¡Qué sencilla expectación entre la tristeza de la colina y el humo hambriento del tren! Cuando el vacío se adueña de lo real, la sinrazón se instala en el corazón.

La imaginería de Asturias no cae del cielo. Una infinidad de imágenes se resguardan en los armarios empotrados de estas curvas. Por ello toda curva tiene un ingrediente de tristeza, el presentimiento inexorable de una historia perdida. Son tan efímeras que no te dejan tiempo a volver la cabeza. Qué corto es el tiempo de volver a disponerlo todo. Desde su emoción necesitada siempre de sitio, el tren, sin embargo, tiene que ir de prisa.. No sé si el tren se siente obligado a esta forma de existencia, a huir de tanta curva. Lo que sí está claro es que yo, viajando en él, me siento una fuga. Aunque que el paso del tren haga saltar por los aires en cada curva la alegría de los pájaros.

Gianna 2